No fue "La fortuna de este día" para Julio César
Lindsey HallCompartir
De pie entre las ruinas de Largo Argentina en Roma, cerca de donde una vez se reunió el Senado cada 15 de marzo, casi se puede escuchar a los fantasmas de la historia susurrar.
Las columnas rotas, los cimientos antiguos y los gatos siempre vigilantes no ofrecen explicación. Pero lo que hay aquí está cargado de significado.
La ironía de todo esto es casi teatral. Julio César, recién llegado al poder absoluto, fue asesinado no en un callejón remoto, sino cerca de un santuario dedicado a Fortuna Huiusce Diei; «la Fortuna de este día». Una diosa que debía representar la providencia de este preciso momento. Ese momento resultó ser su último.
El paseo final
El día comenzó con pavor. El sueño de Calpurnia, vívido y cargado de presagios, había convencido a César de quedarse en casa. Su vacilación era real. Pero entonces llegó Décimo, uno de los conspiradores, disfrazado de amistad, quien se burló con dulzura de la idea de que el mayor general de Roma se gobernara por los sueños y supersticiones de una mujer. César cambió de opinión. Juntos abandonaron la casa de César y se dirigieron a la Curia de Pompeyo.
La caminata fue corta. La zona que hoy es Torre Argentina fue una vez bulliciosa; llena de templos y pórticos. Habrían pasado por el Templo de la Fortuna. ¿Lo miró César? Nunca lo sabremos. Pero sabemos lo que sucedió después.
“¿Y tú, Bruto?”
En la Curia, rodeado de hombres a los que consideraba amigos, César fue apuñalado veintitrés veces. Según Plutarco, César apenas habló hasta que vio a Bruto. «Kai su, teknon?»; «¿Tú también, hijo mío?»
Esto fue más que un asesinato político. Fue una ejecución ritual, una limpieza pública de poder. Pero fracasó. Los conspiradores huyeron de Roma, la República que esperaban salvar se derrumbó bajo el peso de los hombres que lucharon por el legado de César. ¿Y Fortuna? Ella siguió adelante.
Ecos de piedras antiguas
Mientras permanecía allí, en las ruinas hundidas de aquel espacio sagrado, intenté imaginar la escena. Intenté visualizar la Curia y el Teatro de Pompeyo, que antaño dominaban la vista, ahora destrozados bajo las calles y edificios que se extendían más allá, hasta las antiguas reconstrucciones que había estudiado. Una suave brisa mecía los árboles. En algún lugar, la voz de un artista callejero resonaba débilmente.
Los templos del Largo di Torre Argentina no están marcados con placas ni dedicatorias. No hay cordones de terciopelo ni busto de mármol de César. No sabrías lo que ocurrió cerca de aquí a menos que leyeras las notas a pie de página de la historia. Y, aun así, resulta significativo.
Una historia que camina a tu lado
Visitar el lugar, y descender por primera vez, no era solo una exigencia; era una ambición y un logro discretos. Caminas sobre piedras donde antaño pisaban sandalias; cerca de donde se desenvainaron puñales y la historia giró en un instante.
Vienes esperando encontrar ruinas. Te vas dándote cuenta de que te has topado con fantasmas.
